DECRECER, CUIDAR II
Así que con los años se ha fortalecido en
mí un recelo instintivo hacia las grandes
palabras y construcciones teóricas, y una
voluntad de fijarme no tanto en lo que las
personas dicen, sino lo que hacen. Y
procuro aplicarme a mí mismo esta regla
que se podría llamar de militancia práctica,
y que, a diferencia de la teórica, se ejerce a
cada momento de la vida, y no en la lejanía
de los ideales, sino la proximidad de lo
diario. Hay que ponerse en guardia contra
lo que Charles Dickens, en Casa desolada,
llama 'filantropía telescópica', refiriéndose
a una dama victoriana que vive en un
sufrimiento permanente y virtuoso por
los nativos en las colonias de África, y a
la vez trata a patadas a los sirvientes de
su casa.
Voy por la ciudad en transporte público o en
bici o voy andando, separo con cuidado la
basura, procuro, procuramos, aprovechar al
máximo los alimentos y no desperdiciar
nada. Puso abrigos que heredé de mi padre
y mi suegro. Compro en la librería, en la
panadería, en la pescadería, en la frutería
que tengo cerca, y donde me conocen y
me fían si me he dejado la cartera en casa.
Y al mismo tiempo tengo un sentimiento de
futilidad. Voy a los contenedores de reciclaje
y ya son vertederos que se desbordan de
cartones de embalaje y objetos
abandonados. Hecho las botellas en el
contenedor de vidrio y me doy cuenta del
engaño o la estafa en la que todos estamos
participando: el reciclaje de vidrio, como
casi cualquier otro, requiere mucha energía
a cambio de resultados casi siempre
escasos. Mucho más eficiente, y más
racional, sería devolver las botellas, como
se hacía antes, quizás en esas máquinas
que hay en muchos supermercados de
Europa. Y mucho mejor aún sería no estar
produciendo a cada momento tantos
millones de toneladas de basura, la de
esos embalajes que ya no caben en los
contenedores y la de los objetos que
venían dentro de ellos, todos también tirados
al cabo de muy poco tiempo, de modo que
hay que comprar otros nuevos cuanto antes,
en una escalada que en esta época del año
se vuelve abrumadora y vertiginosa, con
esa forma de espiral que las leyes de la
física imponen a las grandes catástrofes,
desde los huracanes del Caribe y ahora
también del Mediterráneo a las extensiones
oceánicas de desechos de plástico que
giran en las corrientes del noreste del
Pacífico.
Todos sabemos hoy intuimos que este
sistema de aceleración y multiplicación de
todo no puede sostenerse mucho más
tiempo.
Antonio Muñoz Molina (El País, 7 dic. 2024)
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